viernes, 3 de abril de 2009

Una pelota cuesta abajo

Esa vez clavé la mirada
en el bajo envuelto en niebla
y me quedé un rato largo
colgado de eso verde y blanco
hasta que se me humedeció
el pelo. Después me di vuelta
para encarar la subida.

Ahora a veces me hago
el loco, pierdo el corazón,
me quedo callado con
la vista clavada en un punto sólido,
hasta que me saca una puteada:
se me cae el cigarrillo,
el cenicero, los pensamientos se desparraman
en el piso de tierra,
en la alfombra...
entonces vuelvo
para hacer un comentario,
para tranquilizar a mis queridos.

Pero sé quien soy, lo sé, cierro
los puños, me revuelco,
me arrastro, rompo un plato, un libro.
No puedo parar el llanto de una mujer,
no puedo parar de llorar,
nunca tuve huevos,
estoy triste ¿Cómo anda la cosa
por ahí? ¿Estás bien? Te quiero mucho.

Quisiera quedarme tranquilo, preparar
el mate, llamar por teléfono, no pensar,
no despabilarme, son órdenes:

levanto la vista
miro el cielorraso
cuento los pisos de los edificios las ventanas
la cantidad de gente en una esquina
en un piquete
en un colectivo
28 sentados
22 parados
el chofer.

Y me pica el cuero,
me molestan los mosquitos,
los bichitos colorados,
el zumbido de los semáforos
para ciegos,
el olor a pasto,

con el primer rocío
me dicen hola
feliz cumpleaños y me besan.
Entonces bajo la vista
para mirarme el café con leche,
el olor a ropa nueva.

Me gusta pensar que soy
una pelota cuesta
abajo en una calle de tierra
en una mañana fresca y clara.
Me cuesta pensar que soy un pensamiento.

Damián Ríos